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Primer año de vida.

Actualizado: 4 jun 2020


En la actualidad podemos afirmar, sin lugar a dudas, que los primeros años de vida son trascendentales en la constitución psíquica del ser humano. Es en este período vital donde se darán cambios sucesivos que determinarán una complejidad progresiva del mismo.

En nuestra sociedad, a raíz de las responsabilidades de las “mamás” fuera del hogar hace que día a día los Jardines Maternales, experimenten un incremento en el número de niños que concurren a los mismos a partir de la más temprana edad (45 días) y varias horas por día. De aquí surge la relevancia que tienen dichas instituciones y en particular las personas que tienen a su cargo el cuidado de los niños menores de tres años, en tanto se constituyen en “acompañantes” y “duplicadores” de la función materna.

Es importante que las docentes que se ocupan del cuidado de bebés y niños en estas instituciones, lo hagan desde un rol maternante en el que la función primordial es la de humanización, Doltó (1991), proceso que se desarrollará dentro de una trama vincular particular, en cada encuentro y desencuentro. Esta trama vincular es un vínculo en el que el niño participa activamente con su propia modalidad, será uno de los pilares de la estructuración del psiquismo. Así la personalidad de quien ayuda en los cuidados del niño, su capacidad de querer y las características de la institución en la que se enmarcan dichas relaciones, adquieren una dimensión importante. Quiero decir que la capacidad de empatía del adulto para poder comprender las necesidades de los niños, es central para posibilitar su desarrollo.

En el desempeño como padres se conjugan múltiples factores conscientes e inconscientes, presentes y pasados, teniendo especial relevancia en su historia personal, la manera en que fueron cuidados como niños. Cada hijo moviliza los conflictos vividos con sus propios padres, abriéndose la posibilidad de reelaborarlos. También, cada docente al cuidar a un niño, desde un lugar diferente al que tienen los padres y con otra significación, reactualiza su particular camino recorrido en la vida.

¿Por qué decimos desde otro lugar? Porque no significa lo mismo cuidar un hijo que cuidar a un niño. Si bien se señala el efecto de duplicación que tienen los adultos que colaboran con los padres, es importante diferenciar los roles de padres y cuidador para la estructuración de la identidad del niño y la del cuidador.

El rol de los docentes es complejo, dado que implica una red vincular con el niño, los padres y con todos y cada uno de los integrantes de la institución a la que pertenece. Son los receptores directos de las dudas, los temores y conflictos inherentes a la propia estructura familiar, como también de la relación de confianza-desconfianza que los padres y el niño desarrollan con la institución.

En consonancia con lo expuesto es interesante lo que actualmente ha comenzado a desarrollarse como concepto de “función materna ampliada” que incluye a la madre; el grupo en el que ella está inmersa -encargado de duplicar los cuidados del bebé- y el ambiente. Por tal motivo, el concepto ampliado de madre, refiere a "madre-grupo". En este sentido, los docentes de las instituciones de Jardín Maternal estarían incluidos en el grupo de duplicadores de los cuidados infantiles.

La inmadurez del primer año de vida.

Rol del docente: De una concepción asistencial al trabajo sobre “El rol Maternante”

El siguiente desarrollo persigue el fin de articular las características evolutivas de niños de hasta tres años con lo que se requiere del rol del docente que se encuentre a cargo.

El camino a la madurez se construye en forma activa en la primera infancia cuando la madre es suficientemente buena y se vive en el seno de una familia en la que prima la cooperación entre los padres; no olvidemos que la madre abraza a su bebé y el padre a ambos. Como ya expresamos, en la actualidad los cuidados familiares se complementan con los de otras personas que están a cargo del bebé y por ende también influyen en el desarrollo.

La capacidad de tolerancia a la frustración es un aspecto esencial en la estructuración del psiquismo, ya que en ella se conjugan de modo inseparable, las predisposiciones innatas con los cuidados que gratifican las necesidades del bebé y hacen tolerables sus malestares. El complejo y paulatino pasaje a la integración y evolución de la capacidad de tolerar la frustración, sólo es posible cuando la madre y/o sus cuidadores se identifican con el bebé, pueden y quieren proporcionarle apoyo en el momento en que lo necesite. En otras palabras, cuando estas personas están dispuestas a hacer real aquello que el bebé desea.

En los primeros meses de vida la capacidad de tolerar la frustración es frágil. No olvidemos que el bebé viene de habitar un mundo, en el interior de su madre, donde las necesidades alimenticias, térmicas y de sostén están satisfechas; el nacimiento interrumpe el estado de completud, es decir, todo cambia.

No sólo todo cambia. El bebé nace en tal estado de indefensión que su supervivencia depende absolutamente del cuidado de los otros. Es importante que, en los primeros meses, estos cuidados puedan parecerse, en cierto sentido, a los que se tuvo en el vientre materno, dado que la posibilidad de esperar aún no está presente. ¿Por qué no se puede esperar? Porque en los primeros momentos de la vida aún no se puede mantener la esperanza de que ya vendrá; todo pasa en el aquí y ahora. No se puede discernir que la madre-grupo que frustra es la misma que lo gratifica e integrarla como una; para él es buena o mala. Los grises que dan la integración aún no se desarrollan; todo es blanco o negro.

Para comprender mejor lo expuesto es conveniente señalar, que por la inmadurez con que se nace todo lo que provoque sensaciones placenteras o displacenteras generan un proceso mental primitivo, rudimentario, que las ubica como efecto de una causa intencionada. El bebé lo vive como "algo o alguien quiere darme placer" o por el contrario, "alguien o algo me quiere dañar." En estos primeros tiempos vitales, ama cuando lo gratifican, nutren, calman y odia intensamente cuando tiene hambre, está molesto o con dolor. No puede pensar "ya vendrá", lo quiere ahora y ya. Como se dijo previamente, aún la esperanza del reencuentro no ha podido configurarse y toda ausencia es vivida como una presencia malvada, “no me lo da porque no quiere”, “me hace daño porque quiere intencionalmente hacérmelo”. Los enojos despiertan los más penosos sentimientos tales como sofocación, ahogo y otras sensaciones similares que son vivenciadas por el bebé como destructivos para su cuerpo, aumentando la agresión, desdicha y temores.

Dadas las posibilidades cognitivas y de la tolerancia a la frustración, es conveniente tener presente que hasta alrededor de los tres meses el bebé debería reencontrarse con su madre cada dos a lo sumo tres horas. Un tiempo más prolongado hace que la imagen interna que el niño guarda de su madre se desdibuje y si ella demora más tiempo al regresar ya no es la misma persona para su hijo, debilitándose la confianza y la esperanza en el reencuentro. (Winnicott, 1984)

Durante los primeros meses el bebé es el ambiente y el ambiente es el bebé, aún no se configura la discriminación adentro-afuera, interno-externo, yo no-yo. El niño ama al igual que a sí mismo todo lo que se mete en su boca. Una madre-grupo “suficientemente buena” da la oportunidad de que el hijo viva la ilusión de que su pecho es parte de él.

El bebé depende absolutamente del apoyo yoico que le brindan lo que le permitirá, ir paulatinamente desarrollando sentimientos de confianza básica en sí y en los otros. Este sentimiento es el pilar central que posibilita el camino que toda persona recorre entre la dependencia absoluta de los primeros meses de vida a la independencia, o más precisamente a la dependencia relativa o dependencia madura, tal como lo refieren distintos autores, entre ellos Spitz (1969), Erickson (1968), Fairbairn (1966). En otras palabras, el cuidado de los otros se configura como central e irá signando en cada niño el modo personal de madurar y aprender.

Serán quienes cuidan del niño, los encargados de detectar y discernir cuándo es el momento adecuado para comenzar a introducir los primeros ritmos en la alimentación, en el sueño y la vigilia. Esta inclusión de ritmos provoca una cuota de frustración y por ello es importante esperar hasta que el bebé pueda metabolizar, en compañía, con ayuda, la rabia que le provoca, en lugar de ser traumatizado por ella. Por lo que señalamos que es necesario esperar el momento evolutivo adecuado para ir introduciendo las frustraciones y si esto no es tenido en cuenta, se puede dificultar el desarrollo.

Seguramente ustedes conocen diferentes maneras, sanas o patológicas de introducir estos ritmos: “lo dejamos llorar solo en la cuna y se le pasará”, “le gritan que se calle o cosas peores”, “lo levantan, lo pasean, le cuentan que falta un poquito”. ¿Cuántas otras formas se les ocurre?

Estamos en condiciones de reflexionar sobre cómo incide el modo en que se introduce la frustración en el proceso de estructuración de la personalidad del niño. Como dijimos en párrafos anteriores, paulatinamente va adquiriendo un ritmo propio, por lo que va discriminando, por ejemplo, entre las sensaciones de estar lleno y las de necesitar alimento o entre estar despierto y necesitar conciliar el sueño. Inicialmente es importante acomodarse al modo en que el bebé presenta sus ciclos vitales y recién después de los tres meses, podrá aprender a comer cada tres horas. Ayudarlo a instaurar estos ritmos le permite crear un tiempo “conocido” que da confianza, porque no tiene que luchar contra la inseguridad de la espera. Los cuidados tienen diferentes formas, en los que se pueden incluir los sonidos, la música, los tiernos y suaves balanceos, las miradas, los paseos, entre otros. En estas primeras experiencias se asientan las posibilidades de incorporar posteriormente otros ritmos, que tendrán que ver, por ejemplo, con el control de esfínteres, la escolaridad y la vida en general.

Si el adulto impone ritmos, antes de que el bebé pueda vivirlos con naturalidad y ordena: “se come cada tres horas”, “ahora se duerme”, al bebé no le queda más que ceder y con ello, por ejemplo, come cuando no tiene hambre, duerme sin sueño; en otras palabras, vive sin ganas. Así, el hacer se torna en algo para los otros, para conseguir la aceptación, el cariño, queriendo las cosas a medias porque si las quiere de verdad, con todo su ser, la frustración es mayor.

Es necesario describir cómo se van constituyendo en la mente del niño estos ritmos de alimentación, de sueño y de vigilia porque son centrales en la constitución de la modalidad de aprender. Tal como lo señala Alicia Fernández (2003), el acto de alimentar trasciende al simple hecho de succionar y de proveer de leche. Es un momento de encuentro y mutualidad, que incluye la totalidad del cuerpo en la experiencia del abrazo y se configura en un ordenador del desarrollo en sentido amplio y más específicamente en la posibilidad de conocerse a sí mismo, a los otros y al mundo.

Winnicott (1984), señala que no sólo es importante el cuidado del niño en su alimentación, sino que también es vital:

-el modo en que se lo sostiene física y psicológicamente,

-cómo se lo manipula y,

-cómo se promueve su capacidad para relacionarse con el mundo.

La forma en que se toma en brazos al bebé está relacionada con la capacidad de identificarse con él. El sostenerlo apropiadamente constituye un elemento básico en el cuidado. Cuando el niño no es sostenido adecuadamente queda inmerso en un estado angustioso profundo, con una fuerte sensación de desintegración, de caer interminablemente, en el que la realidad externa no puede usarse como reaseguro. En cambio, cuando la madre y sus cuidadores manipulan tiernamente el cuerpo del bebé, lo acunan, alimentan, cambian, cuidan de sus ciclos de sueño-vigilia, será factible el desarrollo de la integración psicosomática, que se traducirá en capacidad de disfrutar de las experiencias de su funcionamiento corporal, vivencia de ser, logro de un adecuado tono muscular y coordinación corporal. El cambiar a un bebé también es un momento especial, en el que es necesario que se mantenga una relación de privacidad. Siguiendo lo señalado por Doltó (1992), el pudor no tiene edad y es importante que el adulto lo respete; más adelante el niño podrá elegir cuándo quiere mostrarse y cuándo mantener su intimidad corporal.

La posibilidad de conocer el mundo concreto depende de la modalidad relacional que se entable con las personas encargadas de mostrárselo, así como también, de cómo ellas presenten el bebé al mundo. El mecerlo, cantarle, hablarle se ligan a la presencia de la madre y cuidadores a través de la visión, audición, olfato, tacto, que cuando se asocian con sensaciones placenteras, estos adultos en su presencia y en su persona se convierten en un objeto de amor. En este momento, el placer de “tener” es equivalente al placer de “ser”.

También es vital que la persona que cuide al bebé, pueda discriminar cuando llora porque necesita ser atendido físicamente (que lo cambien, alimenten, lo hagan dormir) o porque reclama de la presencia, la comunicación. Así, se crea un espacio relacional que le posibilita precozmente conocer y diferenciar entre las sensaciones que son consoladas a través de la proximidad física, la manipulación de su cuerpo, de las que requieren la compañía a través de la percepción visual, la voz, el canturreo, en la que puede mediar una distancia corporal.

Ahora vamos a detenernos en la comunicación a través de la mirada y su función en el cuidado de los más pequeños. El encuentro "cara a cara", “ojo a ojo” permite captar, contener y ayudar a metabolizar los estados emocionales displacenteros del bebé y a entablar un vínculo confiable. Con la mirada, tanto el adulto como el niño, transmiten diversas vivencias. Cuando estas miradas despiertan la sonrisa del niño se ha creado una intercomunicación en la que el adulto entiende que sus cuidados son reconocidos, agradecidos y que el bebé se siente contento con lo que le dan. Queremos resaltar, que por más pequeño que sea, es un partícipe activo en la creación de la modalidad vincular. La mirada es el reflejo de los sentimientos, el adulto resignifica la mirada del bebé de acuerdo a su propia mirada, tal como lo señala Linares (1999).

Cuando estos cuidados preverbales de sostén y manipulación no han sido suficientes, estamos frente a una persona deprivada emocionalmente en la que se observarán diferentes niveles de bloqueo en la capacidad de desarrollarse, de aprender, de identificarse con otros e identificar a otros con uno, de ponerse en lugar del otro. En cambio, cuando los cuidados han sido lo suficientemente buenos, se crean los cimientos del logro de la confianza básica en sí mismo y en los demás y es, precisamente, esto lo que posibilita que se vaya gestando la capacidad de dar, recibir y obtener. Ello permite:

1) Percibir y enfrentar de forma creciente los ciclos que alternan entre los estados de necesidad, ausencia y displacer, con aquellos de presencia, consuelo, cuidado y placer.

2) La instrumentación de actividades autoeróticas, como por ejemplo chuparse el dedo. Por haber observado con cierta frecuencia que algunos adultos se preocupan cuando el bebé se chupa el dedo, recordemos que uno de los progresos evolutivos es el desarrollo de actividades autoeróticas como por ejemplo, succionar el pulgar o el puño de su mano. Esto, sólo es problema cuando se extiende a edades más avanzadas. En este período evolutivo, como ya dijimos, es todo un progreso del conocimiento de sus posibilidades. Si el niño queda ensimismado durante un tiempo prolongado o se muestra ansioso en su chupeteo, es conveniente ofrecerle un objeto que llame la atención, acunarlo, contarle que no es necesario que se consuele solo, que puede reclamar, porque los otros están para cuidarlo.

3) El desarrollo de las actividades mentales que abren el camino a las representaciones simbólicas, los recuerdos, las fantasías, las actividades lúdicas, la integración presente pasado y futuro.

Los progresos evolutivos mencionados favorecen la posibilidad de comenzar a esperar y con ello, tolerar -entre otras cosas- el ser introducido en los primeros ritmos de alimentación, de sueño y vigilia. En este sentido, las actividades lúdicas surgen como un importante recurso y alrededor de los tres o cuatro meses, el niño empieza a jugar: primero con su propio cuerpo y luego con los objetos. Disfruta de chupetear, de mover y mirar sus dedos y sus manos, de sujetar un objeto externo para explorarlo, para acercarlo y alejarlo voluntariamente, para conocerlo no sólo con su boca sino también con sus ojos. Sus manos serán lo primero que estudiará atentamente, momento ideal para comenzar a jugar a “qué linda manito”, “este compró un huevito”.

En busca de llevarlos a repensar lo que hemos escrito hasta aquí sobre el proceso de desarrollo, les presentamos una metáfora, en la que comparamos este proceso con los pasos para realizar una torta. El horno calentito, el molde adecuadamente enmantecado, enharinado serán el continente (equiparable a las posibilidades maternas) de la masa de la torta (equivalente al niño) con sus propias y particulares características constitucionales. Si estas condiciones fueron las adecuadas, la torta podrá despegarse del molde sin que queden partes a él adheridas. En la relación madre-hijo, si las cosas fueron lo suficientemente bien se podrá iniciar el camino a la separación sin que queden demasiados núcleos yoicos, potencialidades individuales, adheridos a la madre y sin poder desarrollarse. En este marco conceptual, el énfasis está puesto en que los primeros vínculos impregnan las modalidades relacionales posteriores.

A partir de la premisa básica de que todo bebé, toda persona es única y diferente a las demás, encontrar sus particularidades es el desafío que posibilita el verdadero conocimiento de los requerimientos de cuidado que demandan en cada momento. Es precisamente a través de la comunicación interhumana mímica, rítmica y sonora, que se transmiten los primeros sentimientos de seguridad/inseguridad. Para el bebé toda experiencia agradable o desagradable que se acompaña de un contacto apacible, es vivida como un continente que brinda seguridad. En cambio, las situaciones que se acompañan de tensión nerviosa de la persona que lo cuida, son vividas como señal de peligro, inseguridad, falta de sostén. Dichas vivencias configuran las primeras experiencias simbólicas que aluden, según Doltó (1985), a las nociones iniciales de vida y muerte que dejan engramas de armonía-desarmonía en el desarrollo del niño.

Alrededor de los cuatro meses de vida se inician progresos que permiten que los olores, los sonidos, la visión, las sensaciones táctiles, comiencen a integrarse en un todo. Esto se hace extensivo a la percepción de las personas que lo cuidan y así, la madre que frustra comienza a ser, en la mente del niño, la misma persona que en otro momento gratifica. Por estos progresos en los procesos de discriminación, el niño reconoce que en la vida de su madre hay otras personas, otros intereses de los que se siente excluido, experimentando celos. Es relevante que esto ocurra, dado que representa un camino hacia la separación imprescindible para que el bebé se constituya en sujeto de su propio deseo.

Los objetos se instauran en la vida mental del niño como símbolos, lo que se ve estimulado por los cambios madurativos que van sucediendo. La coordinación de los movimientos con la visión permiten tomar/dejar, acercar/alejar, esconder/encontrar voluntariamente los objetos cercanos y/o su propio cuerpo. Desde este marco teórico, se asume que estas actividades lúdicas permiten la elaboración de la angustia provocada por la separación.

Paralelamente a estos progresos, suelen aparecer los dientes que lo llevan a mordisquear para aliviarse y se comienza a introducir otro tipo de alimentación. La experiencia con los alimentos sólidos se configura en un prototipo de la manera en que el niño incorporará los aprendizajes, ya que en el aprender también se dan procesos similares, en los cuales desentrañamos, separamos distintos aspectos, discernimos e integramos para pensar y desarrollar una modalidad propia de conocer.

Coincidiendo con la dentición suele iniciarse el proceso de destete (alrededor de los seis meses). Este proceso habitualmente es paulatino, dado que comienza con la inclusión de una alimentación diferente a la leche materna y culmina tiempo después con la última mamada. La persona que cuida al bebé puede aprovechar esta nueva adquisición y hablarle de ello mientras lo alimenta, "qué bien vas creciendo, ahora podes comer conmigo otras cosas, esta manzana que es dulce, fresca y que te gusta, te alimenta", "ahora podes conocer otras cosas ricas, no sólo la teta de mamá". Seguro que mientras leen estos ejemplos, o quienes hayan tenido la experiencia de cuidar a bebés, se les ocurren diferentes maneras de estar y pensar formas genuinas de acompañar este proceso.

El destete generalmente se acompaña con la incorporación de nuevos alimentos. El incluir los sólidos suele asustarlos, por esto es importante permitirles que toquen la comida y jueguen con ella. Es conveniente que estos juegos tengan un lugar, la mesa y un tiempo, los horarios de la comida. Cuando la libertad de exploración es indiscriminada y excesiva, aumenta la ansiedad del niño dañándose su confianza en sí mismo y en los otros. Es fundamental lograr un equilibrio entre libertad y límites. Tanto "hacer absolutamente lo que quiero", como por el contrario "muy poquito me está permitido" o "a veces me está permitido y a veces prohibido", genera incertidumbre, ansiedad bloqueando partes del desarrollo. En la medida en que ha podido descargar a través de la comida y los juguetes sus deseos de morder, ésta va desapareciendo, encontrando otros modos de relacionarse y de expresar la agresión. Recuerden que a partir de estas vivencias con la alimentación, se abren nuevos caminos hacia diversas formas de conocer y relacionarse. Se crean otros estados mentales.

Di Giano (1998), señala que a los cuatro meses se puede comenzar por incorporar fotos, figuras de distintos objetos para nombrarlos, hacer historias, contar los primeros cuentos como modos de estimular al niño. Creemos también que se pueden aprovechar los progresos que el bebé ha conseguido en el conocimiento de su propio cuerpo, sus manos y luego sus pies, para iniciarlo en los primeros cuentos e historias, instaurando así la continuidad "primero se empieza por casa", o mejor dicho, primero por nosotros mismos y luego, continuar con lo que nos rodea. La autora además, considera importante la verbalización de las diferentes texturas, tales como: suave, rugosa, tibia, fría, entre otras.

Juntamente con estos progresos en el proceso de discriminación, puede observarse una creciente capacidad para manipular y relacionarse con los objetos. Entre los cuatro a seis meses y hasta los ocho a doce meses puede observarse la aparición de lo que Winnicott (1992), describió como objeto transicional. Dicho objeto se constituye en un hito en el desarrollo del niño porque es el primer acto de posesión que se realiza, representa a la figura materna y se configura en una compañía, por lo que puede persistir en la niñez a la hora de acostarse, en momentos de soledad y al enfrentar nuevas situaciones que generan temores.

Dada la importancia que tiene este objeto transicional en la evolución del psiquismo y específicamente en las posibilidades de aprender, se analizará especialmente en este punto.

Frecuentemente las madres ofrecen un objeto especial como un muñeco blando, un pedazo de tela, un sonido, con una modalidad que adquiere una importancia vital para el bebé y se configura como una defensa frente a la ansiedad. Los padres y sus cuidadores reconocen la importancia de este objeto y lo llevan cuando salen, permiten que se ensucie sin lavarlo para no interrumpir la continuidad de la experiencia del bebé y las manifestaciones tanto amorosas como agresivas que el niño necesite realizar.

Cuando aparecen los sonidos organizados generalmente, uno de ellos, se destina a nombrar al objeto transicional (n, ta, da, nan) y es muy importante que el adulto pueda identificarlo e instrumentarlo en su comunicación con el bebé.

Las investigaciones de Doltó (1988), indican que los mejores objetos transicionales son por excelencia las palabras, las canciones, los cuentos. La madre y los cuidadores humanizan los objetos que se encuentran a la disposición del niño a través de la palabra. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos decir que la música es un medio ideal para estimular el desarrollo en la medida en que se incluya en un "estar en relación con...". Este "estar con..." no sólo implica el escuchar en compañía, ya que a veces invita a canturreos, bailes, otros movimientos corporales como el acunar siguiendo un ritmo. Es conveniente encontrar también una interrelación entre la música que disfruta la persona que cuida al bebé y la que le complace a la madre, a la familia, buscando que estos estímulos sonoros adquieran la capacidad de envolver placenteramente. Además, los bebés tienen sus propios gustos y es importante aprender a reconocer cuáles son. En la actualidad los estudios realizados sobre el desarrollo intrauterino y su difusión, ha permitido a algunos padres estimular la capacidad auditiva a través de la música desde el cuarto mes de gestación, eligiendo algunos temas para escuchar antes y después del nacimiento como un modo más de establecer una cierta continuidad entre el adentro y el afuera. Por lo tanto, si el bebé cuenta con esta experiencia, sería interesante incorporarla en la relación cuidador-bebé.

Cuando aparece el objeto transicional aparece en el sujeto la capacidad de representar, de crear lugares mentales intermedios. El desarrollo, aprender y enseñar van a transcurrir en estos espacios intermedios, en un "entre tú y yo", "entre la certeza y la duda", "entre el jugar y el aprender", "entre la alegría y la tristeza", "entre los límites y la transgresión", "entre lo dicho y lo no dicho"; "entre tú, yo y el mundo" o "entre..."

El ir paulatinamente delimitando su individualidad y progresando en sus posibilidades de representar mentalmente la figura materna, permite al bebé emprender el camino a la separación: ahora cuenta con un dedo que puede chupar y consolarse, con un objeto transicional y con sus primeros juegos. En este sentido, el esconderse es su actividad lúdica primordial, aparece y desaparece detrás de una sábana, una tela, abre sus ojos y los cierra, ampliando sus posibilidades de desprenderse del aquí y ahora, puede perder/reencontrar. Este juego universal irá tomando diferentes formas a lo largo de su desarrollo y permitirá, cabe reiterar, elaborar la angustia que despierta la separación.

En este momento, jugar con el niño a las escondidas es un importante medio de comunicación, estimulación y encuentro. Hay diferentes modos de esconderse, ocultar el rostro entre las manos, subir y bajar detrás de un objeto, ocultar objetos detrás de un trapo, abrir y cerrar los ojos.

También los sonidos aparecen y desaparecen. Busca comunicarse por medio de sus laleos, los que repite y modifica cuando recibe respuestas verbales, un intercambio, una comunicación con los otros.

De los objetos también salen sonidos que le interesan y algunos lo sobresaltan, puede golpearlos, hacer sonar un sonajero. Cuando expresa disgusto por algún ruido, es importante explicarle y en la medida de lo posible mostrarle de dónde viene. Algunos juguetes sonoros excitan excesivamente al bebé por lo que conviene reemplazarlos por otros. Cuidarlo implica mantener el nivel óptimo de excitación. Los adultos suelen jugar a levantar, tirar para arriba y luego agarrar al bebé. Es relevante tener presente que si estas actividades se acompañan de una falta de sostén (el bebé queda un tiempo muy breve suelto y se lo vuelve a tomar) suelen producir una sensación de vacío, de falta de continuidad frente a lo que suele reírse nerviosamente, por lo que es importante ser cuidadoso y no despertar este tipo de sensaciones en ellos.

La posición de sentado les permite tener otra visión de sí mismo y del mundo que lo rodea. Descubre distintas partes de su cuerpo: sus pies, piernas, genitales, explorando y jugando con ellas para poder conocerlas.

Ya entre los seis y nueve meses disfruta de los juegos de imitación, aplaude siguiendo el ritmo de las canciones con el cuerpo; le agrada que le pidan monerías y se interesa por los juegos sociales. Cuando se esconde lo acompaña con gestos y con sonidos: "ta-ta", con lo que nos dice aquí está, no está. Puede diferenciar las personas entre sí y sabe que ellas siguen estando aunque desaparezcan de su vista, este nuevo descubrimiento lo tranquiliza y lo angustia a la vez. En especial, los niños comienzan a diferenciar más claramente las personas desconocidas a quienes abiertamente rechazan. En este momento, la separación entre madre e hijo se suele acompañar de marcadas resistencias por parte del niño.

Es posible observar que el bebé pide y lucha con su llanto y con su cuerpo para que su madre no lo deje. En ocasiones, los adultos suelen interpretar este tipo de conductas como un rechazo personal o como que el bebé, ha realizado un retroceso en su crecimiento. Queremos subrayar que lejos de ser así, en realidad se trata de un momento en que se desarrollan los procesos de discriminación y diferenciación: ahora el bebé sabe con quién quiere estar y lucha por ello.

Estos progresos evolutivos se manifiestan también en los juegos y aparece una nueva versión universal del juego a las escondidas. Cuando está sentado en la silla alta juega a tirar un objeto, pide que el otro acuda en su ayuda para levantarlo y entregarlo. Seguramente casi inmediatamente vuelve a tirarlo siguiéndolo con su vista y luego solicitándolo. En este juego aparece un nuevo elemento "necesito de la voluntad de otro para que vuelva aparecer y lo alcance", aquí son tres los componentes involucrados: el niño, el objeto y los otros con los que pueda desarrollar estas actividades.

Entre los ocho y doce meses se produce en el niño, según Piaget (1973), lo que podemos llamar una revolución "copernicana". Deja de ser el centro del mundo dado que descubre que las demás personas y los objetos que lo rodean tienen sus propios movimientos.

El rol maternante y la paulatina adquisición de la autonomía

Entre los nueve y quince meses el niño puede trasladarse hábilmente gateando y/o caminando, y el juego a las escondidas vuelve a tomar otras formas ahora es "te sigo", "te agarro". La posibilidad de andar sobre sus pies, deambular de un lugar a otro marca un cambio en la representación de sí mismo. Nada mejor que los brazos del adulto para sostener y ayudarlo a caminar, para poder lograrlo se conjugarán procesos madurativos motrices con el sentimiento de seguridad de poder hacerlo.

El logro de la marcha es uno de los hitos más importantes en el desarrollo del niño ya que le permite ampliar las conductas de exploración y alejarse de las figuras de apego, como su mamá, papá o cuidadores y prestarse a explorar el mundo circundante. Esta interacción con el entorno debe ser estimulada ya que el interés por los seres y los objetos serán la base para la construcción del conocimiento. Docentes y padres deben tener presente que todo aprendizaje depende de las posibilidades y de la calidad de las exploraciones que al niño le estén permitidas. Si bien las conductas de indagación le posibilitan alejarse de sus primeras figuras de apego -que también han sido figuras de exploración- en muchos momentos, experimentará angustia, temor, sorpresa, lo que lo llevará a buscar a alguien que le permita neutralizar estos sentimientos negativos. Es por esto, que para sentirse seguro en sus primeros pasos exploratorios del mundo, papá, mamá y cuidadores deben estar cerca. De lo contrario, el niño se encoleriza, llora, se paraliza o arremete, viéndose perturbada la continuidad de las conductas exploratorias.

También hay que tener en cuenta que para que un niño pueda desarrollar conductas exploratorias, es imprescindible que haya desarrollado la suficiente confianza en las personas que cuidan de él, para poder alejarse y volver cuando experimentan inseguridad frente a lo novedoso. Tanto las dificultades para percibir los temores del niño, como los miedos exagerados del adulto, empañan la capacidad de mantener viva la necesidad de conocer, de explorar. Si bien poco nos pueden explicar verbalmente de sus temores, sí lo hacen a través de los juegos, el llanto y el lenguaje gestual.

Los niños desean hacer cosas y los adultos tienen que propiciar, facilitar esta experiencia. Sin embargo, muchas veces, en vez de acompañarlos a hacer, lo hacen por ellos, o por el contrario, en otros casos los dejan tan solos que quedan expuestos al fracaso y/o a situaciones de riesgo.

Acompañarlos supone sugerir sin imponer, esto es: mostrar los medios para alcanzar lo que se propone y además estar atentos a que no corran peligro. Por ejemplo, si lo que el niño quiere es largarse de un tobogán podrán primero darle la mano para subir las escaleras y para deslizarse por él. Diferente es el caso del niño, que al intentar con dificultad subir a una silla es levantado directamente por quien lo cuida, lo que probablemente producirá insatisfacción en el pequeño. Pero, ¿por qué? … Porque el deseo es de hacer la experiencia y esto es lo que lo inicia en una autonomía paulatinamente creciente.

En el extremo opuesto encontramos los adultos que se muestran indiferentes frente a lo que el niño puede o no puede, y en vez de subirlo a la silla, o darle la mano para que baje del tobogán, no prevén el riesgo de la situación, exponiéndolo a golpes o accidentes frecuentes, que también inhiben el desarrollo de la autonomía. El descubrimiento del espacio y los desplazamientos implican necesariamente el aprendizaje de los riesgos. En la vida cotidiana aparecen productos que son necesarios, pero que a su vez pueden ser nocivos. Por ejemplo: artículos de limpieza, medicamentos, objetos demasiados pequeños, pueden ser peligrosos si quedan al alcance de los niños. También se debe tener cuidado con herramientas o máquinas que a ellos les interesan y desean manipular, pero que pueden resultar peligrosas. Tal como lo afirma Doltó (1992), en esta edad los objetos manipulados por sus padres y/o cuidadores, desde el inconsciente del niño son una prolongación de ellos; es decir, el padre y la madre son los dueños de todo lo que sucede... Entonces, si por tocar un enchufe recibe una descarga eléctrica, él vive como que papá y/o mamá están ahí, lo castigaron y que lo hicieron voluntariamente, o más aún, vengativamente. Por esto, es necesario que el niño desde pequeño reciba información acerca de cómo funcionan los objetos que cotidianamente se manejan y la razón por la que pueden ser peligrosos. De este modo, ganará confianza en sí mismo y el deseo de actuar podrá paulatinamente ir regulándose y aceptando algunas normas y prohibiciones que lo llevarán a sustituir esta actividad exploratoria por otra que no sea peligrosa.

El comprender que hay movimientos y objetos peligrosos es progresivo, aunque el niño intente una y varias veces con lo mismo, el "¡No!" firme del adulto, acompañado con un gesto de la cabeza y del dedo índice, puede facilitar la comprensión, para lo cual es fundamental no contradecirse.

Frente a los deseos de exploración del niño, surge en los adultos la preocupación por cómo establecer “límites”. Según Aberastury (1998) el punto es encontrar un equilibrio entre permitir y prohibir. Lo permitido debe estar de acuerdo con el momento del desarrollo, con las condiciones de vida y con los valores de los padres y de la sociedad en la que se están desarrollando. Es conveniente colocar límites dentro de un marco de amor y seguridad. La libertad, el hacer lo que quiera, la falta de cuidado y contención por parte de los adultos, es vivida como abandono y genera inseguridad. Padres y docentes deben crear las condiciones adecuadas para que las conductas de exploración se realicen de manera tal que se constituyan en una experiencia positiva y placentera para el niño.

En este momento evolutivo, el niño comienza a andar, lo toca todo, se sube a todas partes y para él es imprescindible que esta actividad lúdica y motriz se deje a su libre iniciativa, pero lean atentamente lo que sigue: es sumamente importante que en estas experiencias se encuentre rodeado de seguridad y que ante un pequeño incidente que le cause contrariedad, estén presentes las palabras explicativas y de consuelo del adulto. Además, tal como lo refiere Doltó (2000), es imprescindible que la persona tutelar pueda ocuparse cotidianamente, durante al menos media hora, dos veces por día a enseñarle las modalidades de manipulación segura de los objetos que lo rodean, mostrarle lo que le interesa y explicarle sobre el funcionamiento de lo que se detiene a explorar.

El dejar hacer sin límites llena de ansiedad, lo deja solo, no le permite discriminar, aprender a cuidarse. Sólo las restricciones que enseñan algo tienen sentido. Se observa con cierta frecuencia que las demandas de movimientos de exploración, las manifestaciones de rabia, enojan al adulto, y hacen perder la paciencia, lo que sólo agrega confusión o ansiedad. Otras veces, los encargados de cuidar al niño reaccionan con indiferencia como si dijeran “si cierro los ojos me ahorro problemas”, lo que no es cierto porque la angustia que no ha sido adecuadamente contenida, genera otros problemas. Tal como lo señala Doltó (op. cit.), enseñar implica acompañar, estimular las sustituciones, en otras palabras, los “no” deben ser acompañados por un “sí”, pero en otro lugar, con otro objeto, las restricciones que no abren nuevos caminos generan inhibiciones y síntomas. Cuando el poder hacer es vivido como todo lo puedo, todo me está permitido, provoca angustia y culpa.Para el logro progresivo de la autonomía, también es necesario que paulatinamente se vaya desarrollando la capacidad de estar a solas sin sentirse abandonado.

Esta capacidad puede alcanzarse cuando los cuidados tempranos han sido lo suficientemente buenos y el niño ha podido jugar, estar solo en presencia de sus padres - cuidadores, sintiéndose protegido sólo por estar ahí. Quizás han podido observar cómo el adulto que lo cuida y el niño suelen estar en un mismo espacio, pero cada uno en su propia actividad, aunque a los ojos de los otros estén separados, es justamente lo contrario, ya que si el adulto se aleja el niño inmediatamente interrumpe lo que está haciendo.

¿Por qué detenerse en esto?

Porque aprender depende del interjuego de la capacidad de estar a solas con la habilidad de intercambiar con otros y precisamente, esa capacidad comienza a dar sus primeros indicios en este período evolutivo.

Es imposible concebir la niñez sin la dimensión lúdica, ya que es precisamente ésta la que va a facilitar el desarrollo y el aprendizaje.

En esta etapa evolutiva, alrededor del año y medio o más, precisamente cuando el niño puede caminar sin estar preocupado por su equilibrio, el juego preferido es arrastrar un juguete atado a un hilo, lo que produce gran placer al hacerlo mover. De allí que cuando el juguete queda trabado con algún obstáculo y no puede moverlo, reclama urgentemente que otro se lo libere para continuar su actividad y mover el juguete. De esto se desprende que los que se mueven por sí mismos (a batería o eléctrico), no ubican al niño en el mismo lugar. El que se mueve es el juguete y el placer se experimenta en el mirar. A esta edad el pequeño prefiere arrastrar, mover, moverse, empujar, tirar el juguete, más que mirarlo. Por esto, se muestran resistentes a los juguetes que se mueven solos, empujándolos, lanzándolos, arrastrándolos con el consiguiente enojo de los adultos.

También a partir del año y medio, otro juego que realiza, principalmente con sus manos, es el de encastrar y construir (con ladrillos, figuras geométricas, recortes de madera, etc.), así construye torres, caminos, casas, autos, trenes. Si bien se ocupa placenteramente de la construcción y el encastre, hay que destacar que tanto o más placer experimenta en el momento de la caída y destrucción de lo que construyó con tanto esmero. Esto que al niño le produce tanta alegría, no siempre es bien entendido por los adultos, quienes suelen tratar de evitar que desarmen lo realizado. Quizás han podido ver cómo con baldes, rastrillos y palas en mano están durante un tiempo prolongado, solos o acompañados realizando placenteramente en la arena, castillos, pozos, túneles... Además, es tan importante permitirles elegir y apropiarse libremente de los juguetes, como dejarlos que puedan liberarse de ellos cuando lo deseen.

En otras palabras, aprender a desplazarse es un hito evolutivo que permite al niño acercarse y alejarse voluntariamente abriendo un importante camino a la exploración. La confianza adquirida en las primeras relaciones vinculares posibilitará este desarrollo. El permanecer de pie da una percepción diferente del propio cuerpo tanto de su interior como de los excrementos que de él salen.

Características de los juegos en el primer año y medio de vida

Entre los 3 y 6 meses:

- Juegan con su cuerpo (3-4 meses)

-Se interesan por los objetos circundantes (desde los 4 meses).

- Se llevan la sábana a la boca, se esconden detrás de ella, sacuden y muerden el sonajero barrote de la cuna, juegan a abrir y cerrar los ojos (5 meses).

-Cada objeto va cobrando vida, los estimula a nuevas experiencias (4-6 meses).

-Repiten los sonidos que escuchan, sus balbuceos y gemidos son sus primeros intentos de expresión verbal. La palabra cobra el sentido de un juguete con el que juegan.

-Tiran objetos, para confirmar si se los dan cuando los piden, como un modo de elaborar la angustia de separación.

-Necesitan morder, llevar las cosas a la boca (aparecen los primeros dientes).

-Necesitan jugar con el padre.

- Comienzan a conocer la diferencia de sexo, buscan explorar el cuerpo y sus genitales.

- Juntan y separan objetos como un repetir encuentros y desencuentros.

Entre los 6 y 12 meses:

-Descubren que algo hueco puede contener objetos.

-Algo penetrante entra en algo hueco.

-Usan todo lo que puede servir para meter adentro, usan los ojos, oídos, boca de las personas que están cerca.

-Sus objetos preferidos son pequeños.

-Luego de jugar con su cuerpo y con el de las personas que lo rodean, juegan con cosas inanimadas.

- A partir de los ocho meses las diferencias anatómicas llaman su atención; las niñas prefieren depositar objetos en un hueco, los varones eligen juegos que penetran.

-El gatear les permite mayores exploraciones.

-El ponerse de pie y caminar les permitirá alejarse y reencontrarse con el objeto a voluntad.

-Descubrir las heces y la orina los lleva a jugar con tierra, arena, agua, plastilina.

-Se sienten atraídos por los tambores, bombos, globos, pelotas, que simbolizan el vientre materno.

-Les gusta jugar con muñecos y animales que son fuente de amor y de enojos.

-Los utensilios de cocina les sirven para dar alimento o someter a privaciones.




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